Antoine de Saint-Exupéry nació en 1900 en Francia y desapareció en el vuelo del 31 de julio de 1944, frente a las costas de Marsella. Fue precursor de la aviación francesa y mundial, además de un célebre escritor. Destaca en todas sus obras una relación intima entre el autor y sus lectores, por lo que es un nombre, Antoine de Saint-Exupéry, que se suele recordar con cariño, especialmente por su obra “El principito” o “Le Petit Prince”, pero también se genera el mismo mágico fenómeno con las lecturas de “Correo del Sur”, “Vuelo nocturno” y “Tierra de hombres”.
“El principito” es hoy la más conocida de las obras de Antoine de Saint-Exupéry, aunque no lo fue en el momento de su publicación, pues se consideró “literatura infantil”. Y así sigue siendo hoy en día, un libro para niños, y desde allí se le lee y valora. Sin embargo, como las obras originales de los hermanos Grimm o Hans Christian Andersen, como Edgar Allan Poe, E.T.A. Hoffman u Horacio Quiroga, como los cuentos de Oscar Wilde o Katherine Mansfield, no son obras para niños. Porque la literatura, la gran literatura, la literatura absoluta, no hace distinción entre niños, jóvenes, adultos o ancianos, son obras escritas para el ser humano, que es siempre niño, joven, adulto y anciano, a la vez. La profundidad filosófica, social y poética de “El principito” exige de nosotros humanidad. No por nada es el segundo libro más traducido después de La Biblia. Y no será la única proximidad que tiene con los libros sagrados…
Ya la dedicatoria nos debe servir como portal hacia el mundo literario que nos invita a encontrar al niño que fuimos, a este regreso simbólico al paraíso perdido, es decir, un viaje para encontrar nuestro propio consuelo: “A León Werth. Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una muy seria disculpa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Tengo otra disculpa: Esta persona mayor es capaz de comprender todo, hasta los libros para niños. Y tengo aún una tercera disculpa: Esta persona mayor vive en Francia donde siente hambre, frío y tiene gran necesidad de ser consolada. Más si todas estas disculpas no fueran suficientes, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue, en otro tiempo, esta persona mayor. Todas las personas mayores han comenzado por ser niños (aunque pocas lo recuerden). Corrijo, entonces, mi dedicatoria: A León Werth, cuando era niño”…
Cabe señalar que la etimología del término, en latín, “infans”, significa el que no habla, es decir, los infantes serían los sin voz. Y que la voz “príncipe” está emparentada con el latín “princeps”, “principis”, es decir, “el primero”. De este modo, “El principito”, debe retrotraernos a nuestro propio principio, que de alguna manera permanece mudo en nosotros.
Y es que la lectura de “El principito” debe ser una lectura simbólica. No, simplemente, porque su significado este velado u oculto. Es más, la obra posee un lenguaje sencillo y metódico, y las acuarelas creadas por el propio autor son parte de esta sencillez y de este orden: recordemos que el dibujo no representaba un sombrero, sino una serpiente boa que digiere un elefante. Es, por un lado, una obra simbólica en el mismo sentido que las obras de otro autor igualmente sencillo también deben leerse simbólicamente, los cuentos de Oscar Wilde: exige de nosotros un despojo o renuncia de lo que creemos ser; la lectura se debe convertir, entonces, en un ritual, un viaje, que nos trasporta a la luz, por medio del sobrevuelo del sufrimiento y hasta la desesperación de habernos perdido (somos el Aviador), hacia nuestra propia madurez, que es el reconocimiento de nuestro niño interior…
No obstante, por otro lado, “El principito” también puede hacernos partícipe de una reflexión simbólica más clásica, como por ejemplo, la presencia de la angustia existencial numerológica expresada con el número 6: a los 6 años abandonó la carrera de pintor; 6 meses dura la digestión de la boa; fueron 6 años de soledad… El numero 6 se relaciona con Creación del Hombre al sexto día; 6 días pasó Jesús en la niebla y al sexto día fue crucificado; 6 puntas tiene la Estrella de David, que conecta el mundo de la divinidad con el mundo humano, pasando por el vacio; el 6 era el numero de la perfección para Pitágoras; 6 es la carta de los enamorados, que representa la elección de un camino en lugar de otro, la encrucijada que requiere una decisión radical; el 6 es el número del pecado en el Apocalipsis; y el 666 es el numero de la Bestia, pero en la Cábala el 666 es el numero del Hombre Perfecto… Recordemos que “El principito” fue escrito en los años de la Segunda Guerra Mundial, donde el ser humano expresó lo más horroroso (la guerra, el asesinato, la mentira, el racismo, el odio, etc.) y a la vez, lo más bello de sus potencialidades (la solidaridad, la entrega desinteresada, el amor, etc.).
Búsqueda de la verdad y al mismo tiempo de la tolerancia y el respeto a lo que nos es extraño; aprender a amar (la rosa) y modelar nuestro carácter (entre las espinas); aprender que somos rosas y somos espinas y la cultura y la barbarie habita en nosotros; ampliar nuestro horizonte mental y espiritual, haciendo frente a la soledad; son algunas de las enseñanzas que nos ofrece este maravilloso libro, alquímico…
Debemos leer “El principito” sin el prejuicio de que se trata de un libro para niños. Aunque es cierto que abandonar nuestros prejuicios nos deja a veces en la oscuridad. Los prejuicios a veces nos simplifican la vida, lo que significa también que la mutilan y ahuecan… Debemos afrontar la oscuridad, aunque nos equivoquemos de camino, nos tropecemos o perdamos. Es más, debemos perdernos, como el Aviador, en las historias que nos va contando el Principito, la del monarca de un imperio ficticio, del engreído, del bebedor que bebe para olvidar que bebe, del empresario dueño de estrellas, del farolero que obedece instrucciones y el geógrafo que escribe libros enormes que no enumeran las cosas importantes, sino solo las duraderas… Y sólo así llegaremos al jardín de rosas, donde, sin embargo, aprenderemos que la nuestra no es la rosa única y aprenderemos, con dolor, la palabra domesticar.
Sólo perdiéndonos en la oscuridad podremos ver claramente con el corazón: “Lo esencial es invisible para los ojos.”. Puedes leer “El principito”, de Antoine de Saint-Exupéry, de manera gratuita, desde la Biblioteca Publica Digital: