Lucidez y precisión caracterizan la obra del poeta francés Paul Valéry (1871-1945). Sin embargo, al mismo tiempo de que se trata de una obra rigurosa, jamás abandona ni la fluidez ni la humanidad. Valéry es un poeta deslumbrante.
Heredero de Edgar Allan Poe y Stéphane Mallarmé, une intrínsecamente forma y fondo. El artista, el creador, es un artesano; su obra es una manufactura; la idea no puede opacar a los medios; el intelecto se expresa en la fabricación, en este caso, en la “fabricación poética”.
Pero al mismo tiempo, la Creación debe estar unidad al Ser mismo.
En este sentido, en Valéry la inspiración poética no es sino un primer impulso, al que el poeta no se puede entregar por completo, sino que debe elaborar, trabajando arduamente sobre ella.
Poesía del intelecto, es también una poesía en busca de lo absoluto. ¿Dónde realiza dicha búsqueda? En la vida propiamente humana, terrenal. La tenacidad del intelecto se transforma en heroísmo poético.
Ese heroísmo se expresa en el compromiso tanto con el intelecto como con el objeto, por así decir, con la idea y con la cosa, con el sentido y lo sensible.
El mundo, lo terrenal, permite el despliegue del espíritu, de lo absoluto. Y es más, es el mundo el que impone la forma a lo absoluto, por medio de la lógica de las palabras y la métrica del poema. En la música, en el sonido, en el ritmo: allí es donde reina el espíritu.
He aquí porque Valéry puede ser considerado como un racionalista, a la vez que un místico. Se trata de un pensador, pero sin duda alguna, también de un poeta, uno de los más grandes poetas universales.
Y su poema “El cementerio marino”, es uno de los más importantes textos del siglo XX.
En su introducción a “El cementerio marino”, Valéry escribe: “No sé si aún continúa la moda de elaborar largamente los poemas, de mantenerlos entre el ser y el no ser, suspendidos ante el deseo durante años, de cultivar la duda, el escrúpulo y los arrepentimientos, de tal modo que una obra, siempre reexaminada y refundida, adquiera poco a poco la importancia secreta de una empresa de reforma de uno mismo”.
El rigor de la obra de Valéry y su oscuridad, permite sin embargo encontrar sentidos que pueden ser definitivos o, al menos, encontrar la intención y la expresión precisa del poeta, para llegar a comprenderlo.
En primer lugar, la forma: un largo poema de estrofas de seis versos, de diez silabas cada uno. Es decir, una pieza lirica, un poema escrito casi como si fuese una partitura, una obra musical.
Respecto al fondo, contradiciéndonos tal vez cuando señalamos la intención precisa del poeta, hay que decir que no existe un sentido univoco de un poema, menos de un poema como es “El cementerio marino”.
El mismo Valéry señaló: “Una vez publicado, un texto es como un aparato que cada cual puede utilizar a su guisa y según sus medios, no puede asegurarse que el constructor lo use mejor que otro”.
Sin embargo, ciertos elementos del poema pueden ser definidos: primeramente, el tránsito de la inmovilidad hacia el movimiento; en seguida, el paso por la muerte, que es, a la vez, la eternidad; y por último, el cierre de la contundencia del constante cambio que es la vida y, por lo tanto, el acto mismo de la creación poética.
“El cementerio marino” es el poema que narra la inmóvil magnificencia del No-Ser hacia el desasosiego del Ser, desde la vida terrenal que ignora y la idea que busca conocer.
Puedes acceder a esta obra, de manera gratuita, a través de la Biblioteca Publica Digital.