Es cierto que los juegos suponen e incitan la voluntad de ganar y de competir. Pero también el respeto al adversario, la cortesía, la capacidad de seguir y cuestionar las reglas, la confianza en uno mismo y en el ambiente que se genera cuando jugamos. Además, la posibilidad de fracasar también nos convoca a superar las frustraciones, asumir las derrotas, revertirlas, contener la rabia o la desesperación. Enojarse en los juegos es desacreditarse. El juego nos enseña que nada está perdido si redoblamos nuestros esfuerzos. Lo que aprendemos en los juegos, en ese espacio seguro y de confianza, lo llevamos también al conjunto de relaciones humanas, ante las vicisitudes que nos impone a veces la vida. En el juego aprendemos amor propio y por los demás, que nos comparten su tiempo para hacernos felices.
A continuación, te presentamos cuatro libros lúdicos, que puedes descargar gratuitamente de la Biblioteca Publica Digital:
“213 juegos para todas las ocasiones” de Gianluigi Spiniv, con un sinfín de juegos nuevos y clásicos para hacer amigos, divertirse, aprender a reflexionar, ser más ágil… En casa o al aire libre, de viaje o de vacaciones, alrededor de una mesa, en el suelo, moviéndonos o en plena libertad, aquí encontrarás las normas, instrucciones y material necesario. Largos o breves, para grupos pequeños o grandes, he aquí mil ideas para todas las edades.
“Juegos tradicionales”, de María Angélica Ovalle, que nos enseña juegos que han sido jugados por muchas generaciones, tales como la gallinita ciega, el pimpirigallo, la ronda de San Miguel.
“Juego de dedos”, de Pablo Serrano, que contiene fotografías de manos caracterizadas como personajes, para que a través de un juego ayudes a los niños pequeños a identificar los nombres de los dedos de la mano.
“Jugar y Crecer. Un juego para cada día”, de Neva Milicic, libro para entretener a sus hijos y estimularlos a la vez, recuperando, a través del juego, ese espacio perdido y la real importancia que estos tienen para el aprendizaje y el desarrollo psicológico. Lanas, botones, cajas vacías, música y calcetines pueden bastar para estimular a los hijos y enseñarles, de manera divertida, a soñar e improvisar.