(Disponible en versión íntegra, audiolibro y manga)
“Moby Dick o la ballena blanca” (1851), del escritor norteamericano Herman Melville (1819-1891) es, sin duda alguna, una obra maestra. Como veremos en esta reseña, no sólo por la profunda capacidad descriptiva, llena de detalles técnicos y un vasto conocimiento de la vida de los cazadores de ballenas. El mismo autor pasó cuatro años de su juventud como marinero en las islas Marquesas, Tahití, Japón y Cabo de Hornos, entre cacerías y tifones, para luego desembarcar en Boston y comenzar su trayectoria literaria.
“Moby Dick” es una novela que satisface el gusto por la aventura y los viajes, y provee una contraparte a la frustrante civilización o el modo de vida urbano. Aunque no se trata de literatura de evasión, de la huida a un “paraíso primitivo”, que no es sino un refinamiento imaginario de la propia cultura. Consiste, más bien, en la exploración de una vida distinta y la sed de libertad.
Este afán por “la otra vida” es coherente tanto con la historia nacional, en este caso, norteamericana, y los colonos que viajaron al Nuevo Continente, como con el entramado de referencias bíblicas, como por ejemplo, los nombres de Ismael y Raquel. Acaso también el puritanismo bíblico de los colonos que llegaron a Nueva Inglaterra sea ese severo peso del que se busca huir.
A la cultura de “Nueva Inglaterra” y las referencias bíblicas, se suman también las reflexiones sobre el pensamiento científico emergente de la época (zoología e historia natural, especialmente) y de la filosofía clásica. Es así que Ismael, el experimental narrador −que da forma a su historia recurriendo a distintos géneros literarios, como los sermones, el soliloquio e incluso el teatro−, es un marinero que durante gran parte del día comparte las arduas jornadas con los compañeros analfabetos, para luego retirarse, bajo el mástil mayor del barco, a meditar sobre Platón.
La novela es, para el autor, una búsqueda o travesía histórica, científica, religiosa, filosófica, que hay que llenar de citas, sermones y meditaciones, para germinar la presencia del misterio: Moby Dick.
Los marineros de la tripulación de “El Pequod” creen, en primera instancia, que se están embarcando para pescar ballenas y comercializarlas, así como su aceite, para luego darse cuenta que, en verdad, el capitán Ahab va en busca de un único cachalote, famoso por su bestialidad, y que en una navegación anterior mutiló una de sus piernas, de la rodilla para abajo, provocando en él esta enorme obsesión.
Moby Dick, la ballena, es así una expresión de las fuerzas destructivas de la naturaleza, que en términos bíblicos podrían ser denominadas “demoniacas”. Y esto constituye, también, parte del misterio: la maldad de la Ballena Blanca o su existencia sobrenatural. De ahí su blancura perturbadora y resplandeciente.
Por todo esto, la novela es asimismo la historia de un individuo excepcional: el capitán Ahab y su obsesión por una no menos excepcional criatura de la naturaleza: Moby Dick. Esta obsesión generará una simbiosis entre lo humano y lo animal; de hecho, la prótesis de Ahab está hecha con hueso de ballena. Lo que permitirá, a su vez, generar una reflexión en torno a la “ambivalencia de sentimiento”, respecto al objeto odiado y a la vez deseado, donde la avidez de destrucción es también avidez de posesión y conocimiento.
Aquí se presenta una interpretación contradictoria con la idea de que Ahab busca, como el mismo lo manifestó al iniciar la travesía, venganza contra el cachalote. Acaso su miembro mutilado es también símbolo del verdadero misterio: hay más bien un vacío, que obsesivamente debe ser llenado. Moby Dick es una fuerza bruta, sin sentido, nada y vacío resplandeciente, un fenómeno incognoscible. ¿El más allá?
De este modo, contrario a la creencia común de la novela, en realidad Ahab no tiene una “historia personal” con Moby Dick, no lo mueve la venganza, ni siquiera tiene un mito por desentrañar. La Ballena Blanca es más bien un borde, un límite, una alianza buscada o hilo de pesca, que le permitiría a Ahab ir más allá, más allá incluso que la tormentosa marea, más allá de la historia de Nueva Inglaterra, la Biblia, los sabes técnicos y científicos y las meditaciones filosóficas… Es un más allá hacia la nada.
Moby Dick, ballena y novela son, entonces, una especie de océano (“el desierto de las aguas”, dice el narrador) por el que el capitán Ahab, Herman Melville y el propio lector, deben atravesar. Y han de hacerlo solitariamente. El propio nombre del narrador, Ismael, un participante menor en las acciones, es un símbolo bíblico, del solitario desterrado en el desierto.
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